Fue en aquel verano de sol y chicharras
cuando por la siesta me hice una escapada
al brazo del río siguiendo el sendero
entre cina-cinas, bajo un cielo abierto,
de frente a la brisa, con mis diez eneros.
Sentado en la orilla, pastito en la boca,
como de repente me inundó una sombra:
enorme una garza todita de blanco,
tendidas las alas se acercó planeando
y como si nada se posó a mi lado.
De pie sobre el agua, clara entre los juncos,
me dejó espiarla, compartir su mundo;
de pronto con arte propio del instinto
fue que un pez plateado se agitó en su pico,
y en aquel bocado mi rostro encendido.
Garza blanca, cuello fino,
patas largas y ese pico
tan agudo, quieto y mudo
para no espantarla me quedé.
Garza blanca alzó el vuelo,
ojala vuelvas ¡Te espero!
dije mientras lentamente
fue alejándose.